martes, 9 de febrero de 2016

Confesiones de un terrorista

Gracias al caso de los titiriteros detenidos en Madrid me he dado cuenta de cuál es mi naturaleza. Soy un terrorista. No lo sabía, pero ahora no tengo ninguna duda. Lo soy. 

Arrastro muchos años de pertenencia al "talde" de decoración de una comparsa de Bilbao, una comparsa anarquista -como los titiriteros detenidos-, y haciendo memoria, he comprobado que hemos hecho cosas malas, muy malas. Terribles. Hechos tan atroces que podrían provocar desmayos con pérdida de control de esfínteres a Manuela Carmena y su equipo.

Confesaré de manera voluntaria, con el objeto de librarme de las torturas que -según se rumorea- practican las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para obtener información en estos casos. Con la venia, procedo:

El año en que se casó S.A.R. la Infanta Elena, convertimos la txosna de la comparsa en la "Floristería Mateo Morral", enalteciendo al anarquista que lanzó un ramo de flores-bomba a la comitiva nupcial de Alfonso XIII en 1906. "Especialistas en bodas reales", "Díselo con flores" y "Proveedores de la Real Casa" fueron los lemas utilizados.

Dos años después, hicimos un panteón funerario con los nichos de los principales muertos del año: Lady Di, Teresa de Calcuta, Pol-Pot, Antonio Herrero...etc. Dejando un par de ellos abiertos, con los nombres de Manuel Fraga y Juan Pablo II, que -según nuestra opinión- no se morían ni a tiros. De hecho, todavía aguantaron  unos buenos años. El lema era "1997-1998 ¡Qué gran cosecha!".

Cuando la ahora Reina Letizia -entonces Princesa- esperaba el nacimiento de su primera hija, construimos un paritorio, con una silla de parto que desembocaba en una enorme guillotina -totalmente funcional-, que esperaba el alumbramiento de la nueva y Real testa para cercenarla tan pronto viera la luz.

Ni el mismísimo Dios se libró de la espiral de odio en la que estábamos inmersos. La txosna se transformó en otra ocasión en un barco de guerra erizado de cañones que disparaba sin piedad a un aterrorizado Dios bajo el lema "Dios está en todas partes. ¡Fuego a discreción!".

Nuestra idea enfermiza de lo que es la democracia hizo que años después organizásemos un referendum sobre la monarquía en el que el público -la chusma- podía elegir entre la guillotina, el hacha, el garrote vil o la ventanilla del INEM. Instalamos a tal efecto unos pulsadores que contabilizaron varios cientos de miles de votos, de los cuales, muchos fueron de niños y niñas que se divirtieron mucho pulsando los botones una y otra vez. Ganó la guillotina.

Parodiamos también en su día el cuadro de "La última cena" de Leonardo da Vinci, cambiando a Jesús y sus discípulos por cerdos de tamaño natural vestidos de clérigos, empresarios, militares, jueces y políticos que departían sentados sobre un nutrido montón de explosivos para el que pedíamos fuego.

En carnaval hemos paseado una guillotina -sí, tenemos fijación con las guillotinas- con el texto "Juan Carlos I, Felipe después" y cabezas de Aznar ensangrentadas clavadas en picas. Hemos representado el funeral de Azkuna cuando aún estaba vivo. Yo, personalmente, me he disfrazado de cura pederasta, de guardia civil torturador, de falangista, de terrorista suicida, de militar golpista, de Hitler o de militante de una imaginaria organización armada "eusko-andaluza" llamada "Y" -conjunción copulativa, como "eta" en euskera-, que lucía un sospechoso anagrama con una lagartija enrollada en un estoque de matador.

Todos estos hechos y bastantes más, que son ciertos y comprobables, han sido cometidos a plena luz del día, en horario infantil, con decenas de miles de testigos. Hay abundante documentación gráfica que así lo demuestra. Así que mi culpabilidad y la de mi comparsa está fuera de toda duda. De hecho, creo que hemos hecho bastantes más méritos para estar entrullados que los detenidos de Madrid, lo cual, a decir verdad, me pone un poco celoso.

Lo que no entiendo es por qué hemos recibido siempre tantísimas felicitaciones, algún que otro premio y ninguna denuncia. ¿Será cierto eso que dicen algunos tertulianos de que la sociedad vasca está enferma? Sí, seguro que es eso.

No voy a lanzar ahora un discurso en defensa de los titiriteros. Otros ya lo han dicho todo con meridiana claridad. Simplemente quiero decir que me hierve un poquito la sangre con este asunto. Que si los hechos que he descrito me convierten en un terrorista, lo acepto de buen grado y es más, añado que no reconozco el daño causado, no pido perdón a las víctimas, no me arrepiento y estoy dispuesto a repetirlo más y mejor. Lo más nocivo que le puede pasar a la libertad de expresión es la autocensura. Estoy seguro de que el resto de mi "talde" piensa igual.

Hace ya muchos años, en 1983, tres chavales de Santurtzi que tenían un grupo de música también fueron detenidos en Madrid y acusados de apología del terrorismo por el contenido de las letras de algunas de sus canciones. La cosa quedó en nada. Como en nada quedará esto -espero.

Hoy, tertulianos, políticos y demás imbéciles, se ponen muy serios y afirman -con cara de tener una escoba metida en el culo- que "la libertad de expresión tiene límites". Aquel grupo de Santurtzi que detuvieron en Madrid tenía una letra que decía: "creéis que todo tiene un límite, así estáis todos limitados".

En otra hablaban de un "maldito país" llamado "España", que era "una gran pocilga", decían. Esa me recuerda a la txosna de "La última cena" de la que hablaba antes, a los cerdos y a la dinamita.

¿Alguien tiene fuego?

martes, 2 de febrero de 2016

Yo, con los curas

Sucede periódicamente. En una aldea de Galicia, el párroco se niega a administrar el sacramento de la comunión a un niño porque su madre está divorciada y para más INRI, vive amancebada con un señor, sin el pertinente permiso del Señor. Poco después, un curita con cara de buen tipo se declara abiertamente homosexual y se enfada mucho porque la Santa Madre Iglesia lo echa a patadas de su seno al no aceptar que viva de manera pública su amor con el hombre de su vida, que por cierto, es un encanto.

Cada vez que aparecen estas noticias, la progresía se indigna muchísimo y empieza con la turra de que la iglesia tiene que modernizarse, democratizarse, adaptarse a los nuevos tiempos... etc. Y es en ese momento, cuando yo, en aparente actitud contra natura, me pongo del lado de la Iglesia.

Imaginemos que un negro de Alabama tratara de afiliarse al Ku Klux Klan. Sus miembros -como poco- le cerrarían el paso. Como mucho, le cerrarían un lazo en el pescuezo y lo pondrían de adorno en un arbolito.

Imaginemos que alguien viniera con el discurso de que el Klan es muy racistón y tiene que abrirse a la sociedad, modernizarse, democratizarse y aceptar a los negros como iguales. Pues no toca. Si eres negro, no pintas nada en el Klan, que en sus principios fundacionales deja claro que no eres más que un simio, apto solamente para la recogida del algodón y para bailar claqué.

Lo mismo pasa con la Iglesia, si no te gustan las normas del club, te piras del club, pero si te quedas, apechugas: nada de divorcios, ni sexualidades invertidas, ni igualdad de género, ni onanismo, ni sexo extramatrimonial, ni anticonceptivos, ni aborto... Y eso sí: mucha misa, obediencia, penitencia, vigilia y confesión, que al Señor Cura le interesan mucho tus secretillos.

La diferencia es, que mientras el Klan toma decisiones humanas y por tanto, revisables y discutibles, la Iglesia dicta y actúa a las órdenes directas de Dios, que susurra en el oído de sus ministros cómo debemos organizar nuestras vidas terrenales. ¿Que no te lo crees? Pues aire. Que a Dios no se le replica. Así de fácil.

A la Iglesia le pasa un poco como a la monarquía: que la única forma de modernizarla es mediante su eliminación. Algo que se ve lejano, por culpa -sobre todo- de las irresponsables inercias familiares.

Se siguen bautizando criaturas "por no darle un disgusto a la abuela". Como si fuera lo mismo ponerle al crío esa horripilante chaquetita de angora llena de lacitos que afiliarle a una secta peligrosa.

"La niña hace la comunión porque quiere ella". Interesante argumento. Ya veremos qué pasa cuando quiera un poni. Y así todo, bodorrio con altar y vestido blanco después de hartarse de fornicar -y no arrepentirse en absoluto-, y finalmente, funeral con responso, agua bendita y muñequito atornillado en la tapa del cajón.

He visto meter en iglesias féretros de viejos militantes anarquistas que de resucitar en ese momento y verse en esa tesitura, habrían hecho steak tartar a bayonetazos con el tipo de las faldas y algún que otro familiar. Ya se sabe, hay que respetar los deseos de la famila. Al muerto, que le den.

El problema es que ninguno de estos actos es inocuo. No es inocuo cuando das cobertura a una organización con el historial de la Iglesia Católica. No hace falta echar mano de la inquisición o la conquista de América. Su ferviente apoyo -bien reciente- a dictaduras tan criminales como la española o las sudamericanas, su participación en tramas organizadas para el secuestro de bebés, los incontables casos de abusos sexuales a menores, el robo sistemático del patrimonio público con las famosas inmatriculaciones, el tráfico de obras de arte... No me voy a extender más -que podría-, pero cualquier organización con tantos miembros implicados en estas actividades estaría ilegalizada hace años y con sus principales dirigentes en la cárcel.

Pero seguimos dándoles legitimidad y oxígeno con estas inercias que no son otra cosa que insensata cobardía.

Me horroriza especialmente ver a parejas jóvenes que escolarizan a sus vástagos en colegios religiosos concertados. A mí me tocó pasar por uno. En Deusto. Allí los malos tratos físicos y psicológicos eran algo cotidiano, y los abusos sexuales, ocasionales. El cura de turno lo mismo te hacía formar en el patio y te pasaba revista como si fuera un mariscal de campo, que te sobaba la espalda por debajo de la camiseta mientras te mordisqueaba la oreja en la oscuridad del cine del colegio, o molía a patadas a un niño de ocho años, que hecho un ovillo en el suelo pagaba caro haber olvidado traer un cuaderno a clase por tercera vez. Capítulo aparte merecerían las cantidades industriales de basura intelectual que nos metieron a presión en la cabeza.

"Eran otros tiempos", dirán algunos. Bueno, creo que es lo mismo que decían nuestros incautos padres: "estamos en los ochenta, la Iglesia ya no es como la de la posguerra".

Personas supuestamente buenas y bienintencionadas dejando a sus hijos en manos de una secta infestada de maltratadores y violadores de niños. Tranquilidad, en el revólver sólo hay una bala, en un tambor con seis recámaras. Igual no te toca. Apasionante juego.

Me han dicho alguna vez que soy un resentido. No lo discuto, puede ser. Lo que pasa es que a eso que algunos llaman de manera despectiva "resentimiento", yo lo llamo "memoria".